
Como se puede ver en este blog, es poco lo que he escrito y cuando miro las entradas del 2016, veo que francamente ha sido muy escuálida mi escritura. Probablemente se debe a mi afán de perfeccionismo y querer escribir controlándolo todo. Sin embargo, aunque no quiero prometer ni hacer promesas que no voy a cumplir, el 2016 he escuchado a diversos autores como José Chamizo, Jorge Edwards, Fernando Iwasaki, Manuel Valderrama y todos me han abrumado por su conocimiento literario y por supuesto, lo indefectiblemente necesario que es escribir diariamente.

Además en las tres últimas semanas he estado leyendo más narrativa en español (Los besos del pan (2016) de Almudena Grandes, Patria (2016) y Vida de un piojo llamado Matías (2004) de Fernando Aramburu, Chicas muertas (2014) de Selva Almada, y La carne de Rosa Montero (2016) ) y me he dado cuenta de lo anquilosado que tengo el idioma, y lo mucho que me gusta imaginar en mi mente que podría llegar a ser una escritora no mediocre. Pero para eso hay que atreverse a escribir, tomar notas, reflexionar, fracasar, ser disciplinada, lanzarse a escribir aunque sean retazos o tonteras, y por cierto, tener mucha confianza en uno mismo, que es quizás lo que a mi me falta.

Siempre han convivido en mi mente las sensaciones ambiguas de creerme lo máximo, junto y simultáneamente a sentirme una porquería. Desde chica he envidiado a las mujeres que se saben y sienten buenas y vagan por la vida seguras, sin importarles lo que los demás opinan o no quieran de ellas. Cuando estaba en la veintena, lo veía completamente asociado al amor masculino, al desenfado total como trataban a novios descariñados o cómo tenían una serie de artilugios para que los hombres cayeran en sus garras, sin morirse de

pena, o darle vueltas en la cabeza martirizándose, sino más bien desfachatamente proclamar un “peor para él” si las estrategias fallaban, lo que me hacía cuestionar mi fortaleza, o más bien poner al desnudo mi propia fragilidad.
En mi cincuentena, ya no es el amor masculino lo que me hace sentir mala y buena a la vez, sino mi desempeño profesional, mi sabiduría o ausencia de ella. Ayer, gracias a que fue asignado en el club de lectura de la Biblioteca de mi pueblo, empecé a leer La carne de Rosa Montero,que terminé hoy, justo el día del cumpleaños de la escritora.

Aunque me desesperó la protagonista de la novela, Soledad Alegría, (¿a quién le gusta que le hurguen la llaga? ) en cierto modo, ella refleja un poco las inseguridades que comienza a reflejar la mujer cuando se acerca a los sesenta años o quizás a plasmar las inseguridades que hemos ido arrastrando durante toda una vida y cómo nos han delineado como lo que somos al atardecer de ésta.
En fin, sea lo que sea, con promesa o sin promesa, este año espero poder escribir más, sin darle muchas vueltas al coco, y tratando de que no me importe la aprobación o no aprobación de lo que escribo. Tan solo escribir, aunque escribir sea empelotarse un poco.
¡Feliz cumpleaños, Rosa Montero!